Historias que no se cuentan.


La epopeya de 1.700 gallegos que fueron a Cuba huyendo de la miseria y terminaron vendidos como esclavos.

La opera prima de la escritora Bibiana Candia nos devuelve la voz y el sufrimiento de un puñado de jóvenes que, a mediados del siglo XIX, migraron en busca de un futuro mejor y terminaron bajo el látigo de un potentado gallego.

Hay letra pequeña en la Historia. Hay renglones escondidos, notas al pie, tachones... La Historia, con sus grandes nombres y sus hitos memorables, deja también un reguero de hombres y mujeres sin rostro ni nombre. Parias que murieron por nada o por muy poco. Dueños de su propio hambre y de un destino infausto por la codicia de otros hombres.

Esa otra Historia no siempre se cuenta. Se queda en los márgenes. Los siglos terminan por sepultar el lamento del que ha perdido lo que más quería, del que muere agarrado a una cartulina color sepia. El oprobio y la vergüenza de ser pobre hacen el resto y convierten el dolor en silencio. Y es que la Historia de los de abajo no tiene entrada en la Wikipedia.

Bibiana Candia: "Nos faltaba la voz de la gente que sufrió este infortunio"

De eso va Azucre (Pepitas de Calabaza, 2021), la primera novela de Bibiana Candia (La Coruña, 1977). De eso y de la epopeya que viven 1.700 jóvenes gallegos que pusieron rumbo a Cuba a mediados del siglo XIX en busca de un futuro mejor y terminaron siendo esclavizados. Un viaje al centro mismo del horror de la mano de Orestes, el Tísico, el Comido, Tomás el de Coruña y tantos otros ganapanes.


"Casi nadie conocía esta historia, algo sorprendente dada la tradición oral que tenemos en Galicia y la profusa documentación que existe sobre lo ocurrido, llegué a la conclusión de que nos faltaban los testimonios de sus protagonistas, nos faltaba la voz de la gente que sufrió este infortunio", explica la escritora.

Por eso lo de la ficción. Por eso lo de dar voz y conjurar a los muertos a través de la literatura. Salvar de una vez por todas ese abismo que nos separa del pasado y nos impide reconocernos en lo que fuimos: "Quería cubrir con ficción la parte donde la realidad no ha conseguido llegar, devolvernos ese testimonio, ponerles rostro a esos jóvenes y palabras a su viaje"."Quería cubrir con ficción la parte donde la realidad no consigue llegar"

Un calvario que comenzó el invierno de 1853. El año del hambre en Galicia. Las intensas lluvias han destrozado las cosechas y una epidemia de cólera empieza a hacer estragos entre la población. Es entonces cuando la miseria arría las velas y mil setecientos jóvenes gallegos ponen rumbo a Cuba para ganarse la vida en las plantaciones de caña de azúcar.




No sabían que al llegar a su destino iban a ser vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un potentado gallego afincado en la isla que, aprovechando la situación de necesidad de sus compatriotas, promovió una campaña de colonización blanca y sustitución de la mano de obra llevada desde África.

"Es una epopeya, una aventura mítica, imagínate; naces en un pequeño pueblo de Galicia de mediados del XIX, que era casi como la prehistoria, te montan en un barco y llegas a Cuba, que en aquella época era como llegar a Nueva York, con un clima y unos animales que no has visto en tu vida, es literalmente una odisea", relata Candia.

Para colmo descubren que les han vendido. Que su vida ya no les pertenece y que si escaparon de la pobreza fue para agenciarse unas buenas cadenas. "Ahí es cuando entra la vergüenza en escena, emigrar era nuestro sueño americano, los gallegos marchaban a América para vengar al señor que le quitó las tierras a sus padres, para regresar bañado en oro y ponerle su nombre a la escuela de pueblo".



 
"Emigrar era nuestro sueño americano"

Pero fracasar les sumía en el silencio. Un silencio que se perpetúa de generación en generación, historia viva de esa otra memoria no oficial, la que se musita en la sobremesa, entre suspiros. Un pueblo es, también, lo que calla. A veces por obligación, porque lo marca el látigo, y otras por la vergüenza de regresar del paraíso con las manos vacías.

"Hay una parte de la memoria popular que reside en quienes nos han precedido, de tal forma que no es necesario conocer esta historia u otras para darse cuenta de que hay una huella profunda que arrastramos, una huella en nuestra cultura y nuestro arte, una huella que atraviesa también nuestra literatura", zanja Candia.