El heredero de Camarón.
Israel Fernández, que aspira al mejor álbum flamenco en los Grammy Latinos.
Canta a Granada y a los misterios del Sacromonte o a La Habana y sus mulatas a ritmo de fandango y soleá. Aunque en realidad, su exotismo no proviene de latitudes tropicales o arrabaleras. Israel Fernández se ha criado en Corral de Almaguer, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo con poco más de 5.000 habitantes, a una hora media al sur de Madrid.
En medio de la meseta y esa España que ahora se conoce como vacía. Donde la Plaza Mayor sigue siendo el ágora de su infancia y donde en lugar de cancha de fútbol había un punto limpio, según describe a Sputnik. Este artista de 30 años no olvida ese origen entre eras, con una familia apegada a la tierra y a su cultura: "Yo empiezo en esto por mis raíces, por gitano", sintetiza.
Empezar en esto es empezar en el flamenco. Meterse en un género en el que la pasión suele inundar hasta el tuétano y los árboles genealógicos trazan los senderos del futuro. Israel Fernández, sin embargo, no lo hizo por herencia. O no del todo. Su abuelo era de Jaén y exudaba duende, pero no se dedicaba profesionalmente. Y su abuela, Petra, saltaba a zapatear con cualquier acorde. En junio, cuando falleció, el cantaor se refirió a ella como una "segunda madre" y como "una gitana buena, sencilla y una artista única".
"Nunca se dedicó al cante, pero tenía unas cualidades y una afición para haber sido una gran figura. En cambio prefirió formar una familia muy grande y especial llena de gitanería y humildad. Todo ello nos lo inculcó a nosotros", escribió en su perfil de Instagram, donde no solo recuerda a sus seres queridos, sino que se fotografía junto a sus ídolos con eclecticismo: lo mismo abraza a Alejandro Sanz que a Fito Cabrales, a Luz Casal que a Juanes, con quien coincidirá en la próxima gala de los Grammy Latinos.
Se celebrará el 18 de noviembre en Las Vegas (EE UU) y él estará nominado a mejor álbum flamenco por Amor, cuatro de su carrera y al alimón con el guitarrista Diego del Morao. Con él también hace gala de ese eclecticismo en su último espectáculo, presentado recientemente en el festival Suma Flamenca de Madrid. En él repasa aquellas veladas de variedades propias de la primera mitad del siglo XX. Unas horas en locales con tarimas por donde igual se entonaba una copla que se hacía un truco de magia, como en esos boliches a media luz que retrata el tango.
"Me he criado mucho con mis abuelos", comenta de nuevo, "y ellos escuchaban a muchos de los antiguos, como Farina, Manolo Caracol o Paquera de Jerez".
Un sencillo que ha lanzado con El Guincho, productor al que todos atribuyen el éxito de Rosalía. "Un máquina", afirma. En él da un vuelo coral a su aliento e introduce notas electrónicas. "No es un experimento: los experimentos, en el laboratorio", zanja cuando se le pregunta por incluir nuevos elementos a la música.
Su admiración por este género es tal que encara la popularidad con respeto. "Lo llevo bien, pero hay más responsabilidad, más miedo. Aunque la música es libre, no se le pueden poner puertas. Y al que lo escucha tampoco. Yo sé lo que he hecho porque he sido leal a mí corazón, porque para mí es como respirar, pero intento que guste", confiesa, poniéndose al frente de una generación que está expandiendo el flamenco por el mundo.
"Hemos conseguido que llegue a la juventud, pero falta educación, que se enseñe más en el colegio", anota, en referencia al declive de los lugares donde se asiste a estas ceremonias patrias, como los tablaos.
Canta a Granada y a los misterios del Sacromonte o a La Habana y sus mulatas a ritmo de fandango y soleá. Aunque en realidad, su exotismo no proviene de latitudes tropicales o arrabaleras. Israel Fernández se ha criado en Corral de Almaguer, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo con poco más de 5.000 habitantes, a una hora media al sur de Madrid.
En medio de la meseta y esa España que ahora se conoce como vacía. Donde la Plaza Mayor sigue siendo el ágora de su infancia y donde en lugar de cancha de fútbol había un punto limpio, según describe a Sputnik. Este artista de 30 años no olvida ese origen entre eras, con una familia apegada a la tierra y a su cultura: "Yo empiezo en esto por mis raíces, por gitano", sintetiza.
Empezar en esto es empezar en el flamenco. Meterse en un género en el que la pasión suele inundar hasta el tuétano y los árboles genealógicos trazan los senderos del futuro. Israel Fernández, sin embargo, no lo hizo por herencia. O no del todo. Su abuelo era de Jaén y exudaba duende, pero no se dedicaba profesionalmente. Y su abuela, Petra, saltaba a zapatear con cualquier acorde. En junio, cuando falleció, el cantaor se refirió a ella como una "segunda madre" y como "una gitana buena, sencilla y una artista única".
"Nunca se dedicó al cante, pero tenía unas cualidades y una afición para haber sido una gran figura. En cambio prefirió formar una familia muy grande y especial llena de gitanería y humildad. Todo ello nos lo inculcó a nosotros", escribió en su perfil de Instagram, donde no solo recuerda a sus seres queridos, sino que se fotografía junto a sus ídolos con eclecticismo: lo mismo abraza a Alejandro Sanz que a Fito Cabrales, a Luz Casal que a Juanes, con quien coincidirá en la próxima gala de los Grammy Latinos.
Se celebrará el 18 de noviembre en Las Vegas (EE UU) y él estará nominado a mejor álbum flamenco por Amor, cuatro de su carrera y al alimón con el guitarrista Diego del Morao. Con él también hace gala de ese eclecticismo en su último espectáculo, presentado recientemente en el festival Suma Flamenca de Madrid. En él repasa aquellas veladas de variedades propias de la primera mitad del siglo XX. Unas horas en locales con tarimas por donde igual se entonaba una copla que se hacía un truco de magia, como en esos boliches a media luz que retrata el tango.
De ese espíritu canalla, bohemio, nace la actuación de Israel Fernández y Diego del Morao. No es más que la desembocadura de un cauce que viene de lejos. A los 11 años, el cantaor ya recorría concursos o platós haciendo gala de ese don que es el cante.
A los 18 ya se metió en un estudio para engendrar Naranjas sobre la nieve, donde se apropia de textos antiguos, como lo hará en Con hilo de oro fino, de 2014, o en Universo Pastora, de 2018. En este caso, centrado en la figura de Pastora Pavón, apodada La niña de los peines y una de las pioneras en esa ópera flamenca que ahora retoma el artista.
"Me he criado mucho con mis abuelos", comenta de nuevo, "y ellos escuchaban a muchos de los antiguos, como Farina, Manolo Caracol o Paquera de Jerez".
Israel Fernández ha mamado esa tradición, pero también se ha ido empapando de los contemporáneos. De Enrique Morente o su hija Estrella aún posee las cintas que ponían sus padres en vídeo en casa. Y de Camarón de la Isla atesora fotos, casetes y todo un arsenal de objetos. "De pequeño me subía al coche y hacía que conducía mientras le escuchaba en la radio", rememora. A los ocho años, cuando ya se plantaba en algún que otro escenario, trataba de imitar su chorro de voz. Usaba ese patrimonio para ir labrándose una carrera profesional.
Al mismo tiempo, abandonaba la escuela. "Un profesor, don Miguel, me enseñó a leer y a escribir. En mi familia no teníamos dinero para comprar libros y él me los fotocopiaba hoja por hoja. Mientras me decía que le cantara. Luego lo dejé, a los 11 años, y cada vez que le veo le doy un abrazo y las gracias por lo que hizo.
Él me dice que era muy especial y que mire dónde he llegado", apunta Fernández, al que ahora comparan con su referente y que se ha atrevido incluso a escribir sus propias letras: "Siempre he escrito, pero antes no me atrevía a cantarlas", indica.
Lo ha hecho con Amor, esta cuarta grabación. Un puñado de canciones que lo han consolidado: ya ha dejado de ser una promesa y se ha convertido en un heredero de los grandes maestros.
Lo ha hecho con Amor, esta cuarta grabación. Un puñado de canciones que lo han consolidado: ya ha dejado de ser una promesa y se ha convertido en un heredero de los grandes maestros.
"Ha sido un proceso natural. La evolución la veo en los años, en lo que se va aprendiendo", se excusa. Con la edad, dice, "se pierde peso, quitas lo que sobra". Y él, que ya ha entrado en ese olimpo del flamenco actual, ha pulido sus maneras, ha mejorado ese arte arraigado a la médula "desde chiquito". "No he creado nada porque el flamenco no se crea. Se crea una silla o una carretilla, pero no una rueda. La rueda es redonda y no la puedes hacer cuadrada", reflexiona sobre su trayectoria: "Lo único que he hecho ha sido refrescarlo".
Refrescar, insiste, algo que puede estar aletargado. Porque el cantaor, sostiene, no se hace: nace. "La vivencia del flamenco viene de cero. A tocar un instrumento se puede aprender, pero el cante es un don. Solo puede mejorarse", sentencia quien lo escucha a todas horas, desde que se levanta hasta que se acuesta, poniéndoselo en la cama.
Refrescar, insiste, algo que puede estar aletargado. Porque el cantaor, sostiene, no se hace: nace. "La vivencia del flamenco viene de cero. A tocar un instrumento se puede aprender, pero el cante es un don. Solo puede mejorarse", sentencia quien lo escucha a todas horas, desde que se levanta hasta que se acuesta, poniéndoselo en la cama.
"Es algo psicológico: dormir sin cante es como dormir sin almohada", añade Israel Fernández, que alude a menudo en la conversación a las palabras "amor", como ha titulado su disco, o "inocencia", como ha llamado el último single.
Un sencillo que ha lanzado con El Guincho, productor al que todos atribuyen el éxito de Rosalía. "Un máquina", afirma. En él da un vuelo coral a su aliento e introduce notas electrónicas. "No es un experimento: los experimentos, en el laboratorio", zanja cuando se le pregunta por incluir nuevos elementos a la música.
Ni siquiera ha querido plantear localizaciones extrañas: lo que sale en el videoclip es Corral de Almaguer, con imágenes de su barrio, de su punto limpio y de los niños que se sientan en las aceras, donde se rodeó del flamenco más visceral y libre, el que manaba de fiestas con palmas, jaleos y Los Chichos a todo trapo.
"Hemos conseguido que llegue a la juventud, pero falta educación, que se enseñe más en el colegio", anota, en referencia al declive de los lugares donde se asiste a estas ceremonias patrias, como los tablaos.
"Ya sabes lo que dicen: que nadie es profeta en su tierra y que en casa del herrero, cuchillo de palo. Luego el 80% de extranjeros viene a ver bailar y a comer jamón y queso: lo que significa España", ríe.
En su caso, el porcentaje de entradas vendidas alcanza el tope: Israel Fernández agota localidades donde va, mezclando en el público a nuevos adeptos, que lo siguen como a una estrella de pop, y a veteranos que acompañan su cante jondo con aplausos y olés, como si estuvieran en una taberna del Albaicín o Triana.