Flamenco.

  

¿Qué es el flamenco?

Si hoy tuviera que definir qué música es flamenca, creo que los palos, o estilos, son lo más diferenciador de nuestro arte en comparación con otros folklores evolucionados a lenguaje musical, como el jazz, el tango o el blues.

Al margen de la raíz, y de la estructura, el flamenco puede servir para definir muchos otros aspectos vitales. Hay quien viste flamenco, habla flamenco, hay comida flamenca, arquitectura flamenca, es infinito.


 

Si le preguntamos a un gran genio de la guitarra flamenca como Diego del Morao –mi guitarrista favorito en la actualidad, responsable de que medio universo flamenco haya cambiado su manera de tocar la guitarra– que es “más” flamenco en su opinión, si un cantaor X (no diremos nombres) más bien edulcorado, o El Torta de Jerez, no dudará en decantarse por el segundo. Si en vez de El Torta le proponemos a Paula el torero, probablemente también. 

Pero incluso si acabamos en nuestra locura comparando a algún cantaor innombrable con el mismísimo Stephen Curry, en un momento de inspiración puede el maestro decantarse por el deportista. 

Porque ser flamenco, hasta para los flamencos, no es solo una cuestión musical o artística, es una manera de sentir y de vivir en la que cualquier ser humano, con arte, aunque no sepa “hacer compás” por bulerías, tiene cabida. Si no que me digan a mí que Bebo Valdés, Miles Davis, Lorca o Maradona no eran flamencos.

El flamenco para mí, hijo de Ana Limón, del pueblo San Bartolomé de la Torre (Huelva), y andevaleño en el alma, es el fandango del bíblico Paco Toronjo, voz de un lugar en el que, según el otro día descubrí por partidas bautismales, llevamos los Limón desde al menos 1700, y donde cada vez que piso se me revuelve el corazón.

Como diría Morente, podríamos dar una respuesta diferente a esta pregunta cada diez minutos. Ahora mismo, desde mi flamenco Boston, y para quien quiera entretenerse una “mihita” más, se me ocurren varias.




En primer lugar, no está mal pensar en la raíz del flamenco. Paco de Lucía siempre decía que desde niño pensó en lo árabe como la influencia más importante en lo “jondo”. El repertorio andalusí, por cierto tan poco valorado y conocido por nuestras instituciones culturales, es de los más prestigiosos y admirados en todo el mundo árabe. 

Pero un día, recordaba el maestro, encontró en Menorca unas partituras sefarditas y ahí entendió que la influencia judía era tan, o más, importante en la creación melódica del flamenco como la árabe. 

Intuyo que fueron las del libro del padre de Yasmin Levi, hoy descatalogado, que incluye canciones antiguas de los judíos. Avishai Cohen se nutre habitualmente de ese libro tan imperfecto como revelador. 

Obviamente, las influencias de todos los pueblos ibéricos, norteafricanos y la cultura grecorromana son siempre palpables. No se entendería el flamenco sin las referencias al canto gregoriano o a la polifonía antigua. 

Por último, y como cuarta pata para esta antigua mesa, el pueblo gitano, llegado a partir del siglo XII a la península desde el norte de la India, supo darle un carácter único a nuestra música a nivel rítmico e interpretativo que a día de hoy hace del flamenco caló una liga especial y única, de la que me confieso fan total, diferente al resto.

Superada la prehistoria, si hoy por hoy tuviera que definir qué música es flamenca o no, y después de analizarlo concienzudamente, creo que los palos, o estilos, son lo más diferenciador de nuestro arte en comparación con otros folklores evolucionados a lenguaje musical, como el jazz, el tango o el blues. 

El repertorio flamenco tiene una forma muy especial de estructurar sus obras. Al contrario que otros mundos sonoros, los flamencos tradicionales no solo improvisan nuevas melodías sobre unas estructuras ya creadas, que también, sino que improvisan directamente la estructura misma.

¿Cómo es posible que dos personas que ni se conocen se suban a un escenario y, sin mediar palabra, puedan ofrecer un concierto de dos horas de repertorio totalmente inédito en lo que a la estructura se refiere? 

La respuesta está llena de detalles minúsculos y de pequeñas reglas que llevaría toda una vida explicar, pero básicamente la clave está en la fórmula de presentar secuencialmente las células creativas. Microcomposiciones flamencas que en caso de ser cantadas se llaman “letras”, “falsetas” si son instrumentales y “patadas” si son interpretadas por el bailaor. 

Estas micro canciones, de más o menos un minuto de duración, cumplen unas reglas básicas, como comenzar y terminar en el mismo tono, o ir creciendo poco a poco y rematar en un lugar concreto del compás que todos los presentes conocen. 

Para unir unas células con otras existe el llamado “compás”, un patrón estable en un acorde donde nadie es protagonista y que varía, como tantas otras cosas, entre palo y palo.

De esta manera, en una fiesta, boda o bautizo gitano, cientos de desconocidos pueden estar juntos “haciendo compás” (maravilloso término) hasta que algún bailaor, cantaor o guitarrista comienza su falseta, letra o patada, rematando en un lugar concreto que provoca el éxtasis coral, arrancando olés y finalizando de nuevo en el compás, a la espera de un nuevo líder. 

La duración de una bulería en Jerez de la Frontera, por ejemplo, puede variar entre treinta segundos y cuatro días, en función de la inspiración y otros detergentes.

¡Viva Huelva!



Javier Limón

Francisco Javier López Limón (Madrid, 1973), más conocido artísticamente como Javier Limón, es un compositor, productor y guitarrista español. Ahora es el director artístico del Instituto de Música Mediterránea de la Universidad de Berklee.